martes, 20 de marzo de 2012

Peñas de Castro- Sima Encantada


La sima encantada

Aquel lugar destaca por la paz que en él se percibe, por sus formas geológicas, por las vistas aéreas y por el silencio y quietud que lo ambienta. El complejo cavernícola está formado por una serie de salas y galerías que se comunican entre sí, que fueron estudiadas por Miguel Chicote Utiel y José López Murillo. Una de ellas, la sima encantada, se encuentra en la meseta más elevada del cerro El Canjorro. Carece de formaciones estalagmíticas, y por lo tanto, también de agua. La entrada es un tubo o chimenea de formas irregulares, que hay que descender con una escala de 20 metros, llegando a una sala central, desde donde parten dos direcciones. La galería norte conduce, a través de un paso de gatera de tres metros, a un corredor que acaba en una roca de forma triangular. Para continuar hasta el fondo de dicha galería hay que dejarse caer por uno de los lados del triángulo, llegando a la base, donde se continúa unos metros hasta cerrarse completamente la grieta.







A la dirección sur de la sala central se accede por una rampa hasta la base de la entrada sur. Junto a la misma se abre la boca de una serie de grietas y recovecos que no conducen a ningún sitio determinado. Pero a la sima encantada le viene el nombre por la leyenda que cuentan los lugareños, que en época árabe, cuando las tierras de Jaén eran objeto de repetidas y cruentas incursiones desde el reino de Granada, vivía un humilde labrador, de carácter reservado, que tenía una hermosa mujer y una hija de incomparable belleza. Enterado, este agricultor, de la proximidad de las huestes sarracenas, y a sabiendas que en sus terribles 'razzias' rapiñaban todo lo que se encontraban y se llevaban como esclavas a las mujeres, decidió encerrar a su mujer e hija en las inusitadas profundidades de la sima, por temor a que los infieles pudieran mancillar su honor deshonrando a las dos mujeres.


El agricultor murió a manos de los moros y las dos mujeres quedaron presas en las entrañas de esa sima, sin agua ni abrigo. Los días pasaron y las hermosas mujeres fueron demacrándose por la falta de alimento, por el frío y por la desesperación de que no venían a rescatarlas. De nada servían sus gritos, porque por allí no pasaba nadie. Transcurrido algún tiempo, contaban los pastores que atravesaban la zona, se oían unos gritos estremecedores que se han ido sucediendo hasta nuestros días, sobre todo por la noche. Incluso algunos también han visto, cuando oscurecía, la figura de una mujer con el pelo suelto deambulando por aquellos parajes.
Pero en la sima encantada siguen ocurriendo cosas de difícil entender. Así, hace unos años, un grupo de espeleólogos realizaron una exploración en la zona. En una primera incursión observaron que tenía muchos pasadizos y descensos de nivel, por lo que decidieron acampar en el lugar y dedicar varias jornadas a investigar aquellas fascinantes paredes. En la segunda noche olvidaron subir sus cuerdas y a la mañana siguiente cuando fueron a recogerlas contemplaron atónitos como el último tramo, de una de ellas, se encontraba empapada de sangre fresca. Sin embargo, el asunto se volvió sorprendente cuando el resto de cuerdas estaban en las mismas condiciones, a sabiendas que en el fondo de la sima no había restos de animales ni humanos.

Pero en El Canjorro también existen unos restos pétreos, como una piedra cortada en semicírculo y otras talladas rectangulares y en triángulo, que parece como si hubieran pertenecido a un pequeño templo o santuario, al igual que la piedra con sonido acampanado que se ubica en otro extremo del lugar. Estos bloques tenían funciones de comunicación con otros pueblos, facultades curativas por medio del sonido y otras para facilitar la comunicación con entidades espirituales, porque en aquel lugar existen unas corrientes telúricas que facilitan esas conexiones.

Precisamente en El Canjorro acaeció una historia, que más bien podría parecer de cuento, pero que sucedió en realidad. Paseaba por allí un aficionado a las plantas y descubrió un jilguero trémulo, con un ala semiabierta. Lo cogió para auxiliarle, pero observó que nada tenía roto. Le dio calor con sus manos y con sumo cuidado la dejó sobre una piedra para que continuara su vuelo. De pronto comenzó a brillar, a perder su forma, su corporeidad y a transformarse en una bellísima y menuda joven. Con una sonrisa cautivadora le dijo que aquello era real y que pertenecía a otro plano, y que para premiar su buen corazón le invitaba a conocer su mundo. Cogió unas prímulas y le dijo que se las comiera. Poco a poco el Cajorro empezó a cambiar. La pared por la que los escaladores hacían sus prácticas fue perdiendo su pétrea reciedumbre y la luz del día se matizaba para crear una atmósfera diáfana.

Sorprendido vio como la pared iba desapareciendo y en su lugar se dibujaba un paisaje profundo, con árboles, colinas y un pequeño poblado. Ya era de la misma estatura de su joven bella. Avanzaron hasta el pueblo y le presentó a todos los que habían acudido a la fiesta. Eran los enanos del Puente Tablas, los gnomos de Giribaile, los duendes de Santa Anta y los elfos de Jabalcuz. Sonaba música alegre y pegadiza, la luna hacía su aparición y todos se dirigieron a un prado cantando, saltando y riendo. Allí formaron corros y bailaron sin cesar durante tiempo. Por efecto de la bebida y el exceso de baile, este hombre quedó profundamente dormido. Cuando despertó ya había desaparecido todo lo que había estado viendo. Se encontraba en la plaza del Canjorro. Estaba solo. El muro pétreo no pudo atravesarlo. La hierba estaba como aplastada en círculo. Se acordó del baile. Cuando se volvió a su casa descubrió con sorpresa que había pasado una semana.






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